La poesía última de Costa Rica
La tercera postvanguardia, vamos a llamarla así por el momento, está formada por los poetas nacidos entre 1965-1980, por lo que inician su producción de textos entre 1985 y el 2000, y se deben consolidar entre 1995 y 2010, no todos, porque los nacidos entre 1975 y 1980 apenas empiezan a dar su primeros pasos en la literatura. De este modo, falta una década para que se inicie la expansión y dominio de esta generación.
En este panorama de la joven poesía joven de Costa Rica no aparecen todos los poetas que han publicado en la última década, por algunas razones que podemos desglosar: la poca distribución de sus textos y la falta de biografías que confirmen que pertenecen a este grupo. No obstante, en artículos siguientes trataremos de subsanar las ausencias, que sin lugar a dudas señalarán los autores en su debido tiempo. Por ahora, nos hallamos frente a 15 nuevos poetas, cuyas edades oscilan entre los 35 y 22 años. Entre los mayores están Jorge Zúñiga y Ricardo Segura, a los que le siguen Orlando Gei Brealy, Mauricio Molina, Carlos Manuel Villalobos, David Maradiaga, Luis Chaves, Cristián Marcelo, María Montero, Jenny Alvarez, Mainor González Calvo, Gerardo Cerdas, Alejandra Castro, Cristián Alfredo Solera y Laura Fuentes. Estos poetas ya tienen uno o más libros publicados en diferentes editoriales.
Esta generación nace marcada por un doble post -postmodernidad y postvanguardia- que deriva en la mimesis de textos, síntesis, citas reales o imaginarias, así como también el collage, el montaje y la mímica que deconstruyen y recomponen los discursos (11). No obstante, todos estos recursos pueden ser reducidos a una dicotomía entre tradición y antitradición. Otro signo, señal o huella que se puede ver es la descomposición de la poesía como un metarrelato, como un discurso que sufre cada vez más de la heterogeneidad y la disgregación. De modo, descubrimos que los poetas jóvenes están en realidad elaborando microrelatos, pues ya no es la comunidad sino la tribu, que desea emerger de la alcantarilla, porque ya no sirve para nada (12).
En la cuarta postvanguardia, como en un bazar, encontramos de todo, desde poesía voseante, hermética, trascendentalista, regional, barroca, surrealista, antipoética, hipertextual y lo último de la moda, minimalista o Zen. Sin embargo, se pueden establecer ciertos temas, tópicos o isotopías, mejor dicho ciertas preocupaciones que se entrelazan y dilatan en algo más de una década. Cada una de estas tendencias es heredera del siglo XX, como lo atestiguan las historias de la literatura hispanoamericana. En todo caso, se pueden dilucidar seis tendencias entre estos coetáneos-contemporáneos, que responden a la pertenencia en un grupo, ya sea un taller, una editorial, una peña o tertulia.
Pero, antes de entrar en detalles de clasificación surge una pregunta de rigor: ¿ha muerto el trascendentalismo?, y la respuesta aunque inocua debe ser no. La razón hay que buscarla en la década de los sententa, cuando nace como una sofisticación de la poesía social, a partir de allí se torna en una retórica, que los poetas de la cuarta postvanguardia adoptan sin ninguna discusión, porque es una manera de escribir, más que de pensar la poesía. Entre los poetas que se adhieren a esta tendencia están Cristian Alfredo Solera, Jenny Alvarez, Laura Fuentes y Orlando Gei Brealy. Al decir que el trascendentalismo es más una retórica, que unos postulados estéticos bien delimitados, nos fundamentamos en el uso de la metáfora que hacen estos poetas.
Descubro mi perfecta vocación de alga
y apasionado
invento mi lugar en tu maceta.
Orlando Gei Brealy (1966)
donde los relojes se aferran
a la espuma rebelde de las tardes
Jenny Alvarez (1970)
Y los retratos descolgados
en el ojo desvestido de la noche
compartirán nuestras culpas.
Cristian Alfredo Solera (1975)
Ahora escucha
la caída de sus huesos
en el dulce ardor de la marea
Laura Fuentes (1978)
Nótese que el trascendentalismo tiene como marca de fábrica introducir en la metáfora por complemento de término un adjetivo pospuesto a antepuesto al núcleo nominal (adj. + sust+ prep. de+ sust). A esta estructura meramente retórica responde la poesía urbana y culturalista, como lo es en el caso de Mauricio Molina, Luis Chaves y Alejandra Castro, quienes dentro del universo poético costarricense practican el prosema o la prosía, es decir, una forma de descalificada por la primera postvanguardia y sus acólitos.
En un 90% las horas se pasan
intentando acelerar el retorno
a un paraíso de Night Club.
Mauricio Molina Delgado (1967)
la mitad son amigos.
como prueba de máxima solidaridad.
la otra mitad equivoco el bar.
Luis Chaves (1969)
¿Desaparecido, Virginia,
Desaparecido?
Y como es eso
si vos los viste
si todo Santiago los vio pasar.
Alejandra Castro (1974)
La poesía urbana y el culturalismo responde a la desligitimación de la poesía como relato mito-sacralizado bajo una única consigna: La poesía no sirve para nada. En tanto la tendencia a una poesía urbana se limita a describir la vida del poeta en espacios marginales como el bar, el night club y las calles. El arte culturalista tiene su origen en los sesenta en España y se funda sobre la glosa de textos, mass media y subliteratura. Por otra parte, existe una tendencia que se une a este abanico de perspectivas que podríamos denominar regionalista e indigenista, cuyos representantes son Carlos Manuel Villalobos y Jorge Zúñiga, un breve resabio de las vanguardias continentales.
Atravesé los montes
con la única esperanza
de encontrar en las alturas
a Sebak o Sibú
pero solo pude distinguir
sus rostros petrificados.
Jorge Zúñiga (1965)
En un cañaveral
el padre destapa su calabaza de agua
y brinda por el peón que acaba de nacer.
Carlos Manuel Villalobos (1968)
A partir de estas tres tendencias que son generales, se hallan otras tres que describiremos como específicas, dado que son representadas por un solo poeta, o porque son posturas marginales. De manera, que nos enfrentamos a la antipoesía de Mainor González Calvo, el intimismo de María Montero, el hermetismo o barroco de Ricardo Segura, Cristián Marcelo, Gerardo Cerdas y David Maradiaga. La antipoesía posee como rasgo predominante la desacralización del poeta como un pequeño dios, y de la poesía como un discurso serio, algo que comparte con la poesía urbana, pero esta última no tiene la dosis de ironía necesaria de la primera.
Dicen
que los poetas
somos monos
de La sombra inconclusa
La poesía
es como el agua del polo norte
solo que en su intestino
anidan unas cuantas lombrices.
Minor González Calvo (1974)
Frente a esta literatura que desprecia el valor de iniciado, guía o chamán de pueblos que adquiere el poeta, está su antípoda en el intimismo del María Montero, quien dentro de los microrelatos que desarrollan los poetas de la cuarta postvanguardia, recobra los sentimientos más hermosos de sus vivencias y sueños, basando en una poesía de los cotidiano, de la memoria y el recuerdo.
Cuando salgo a la calle
miro las cosas que perdí
que guardan en su recuerdo
mi recuerdo.
María Montero (1970)
Por último, están los poetas herméticos, que oscilan entre el barroco, el surrealismo, el culturalismo y la poesía urbana, como son los casos de Ricardo Segura, David Maradiaga, Cristián Marcelo y Gerardo Cerdas. A estos poetas los denominamos totales o totalizantes, porque su poesía es de difícil ubicación en las tendencias anteriores, debido a que en su obra destaca la acumulación de elementos de diversos estratos de la realidad, así como también la inmersión en lo nocturno, en la muerte universal o la vida universal. Además, porque su poesía surge de la contradicción entre la claridad y la oscuridad, entre vida o muerte, verbi gracia:
Me llegan ecos, lejanos de voluntad,
ausentes de poderío atravesante
más ateridos de susurro, de incitación impune.
Ricardo Seguro (1965)
Se desdibujaron los peces profundos
que rasgaban todos los vientres del naufragio
haciendo imposible ver fuera del concierto
que encendimos
David Maradiaga (1968)
La bestia es un cuerno donde los árboles
crecen como gárgolas
y la ciudad se agrieta en un vómito sin forma.
Cristián Marcelo (1970)
La noche se deshace en alcohol y barbitúricos,
y de una garganta un mago saca clavos de cristal,
postales antiguas donde ella baila
para despedir la nostalgia.
Gerardo Cerdas Vega (1974)
Inferencias imaginarias
Si tuvieramos que definir la cuarta posvanguardia como una generación estricta, tendríamos que burlarnos de nosotros mismos, o hablar de varias generaciones contemporáneas y coetáneas a la vez. Los poetas de la cuarta posvanguardia en su mayoría pertenecen o pertenecieron a los talleres literarios de la década de los noventa: Café Cultural Francisco Zúñiga Díaz, Eunice Odio, Alfil octubre cuatro, Café del Sur, Taller Rafael Estrada, Círculo de poetas costarricenses. Cada uno de estos grupos profesa su propia dinámica creativa, ya sea con un guía, ya sea que el organismo en sí sea su propio guía.
Sin embargo, se pueden enumerar algunos rasgos que agrupan a todos los poetas jóvenes como son: el personalismo -el poeta narra su propia condición de poeta y de su poesía- esto sirve para descalificar al otro, mediante la creación de vocablos despectivos: prosemas, chistemas y retóricos. También, algo que los une más en la inmersión en la ciudad urbana y marginal, la noche como el tiempo privilegiado de la creación, además sobresalen ciertos tópicos como el amor en todas sus formas, el sueño, la muerte y la infancia, cada uno de ellos condiciona las relaciones del poeta con la realidad.
Por otra parte, estos poetas se posicionan en el ambiente literario mediante una doble paradoja: La poesía no sirve para nada, pero sin embargo escribimos. Y también, nunca falta el señor erudito/ –este no tiene unidad temática – aquel formal. A lo que responde el jurado que destaca por su unidad temática y de tono que sostiene a lo largo de la obra. Entonces se critica al régimen literario cuando este mismo califica a la obra. En fin, fuera de los talleres la cuarta posvanguardia ha evolucionado hacia las editoriales públicas e independientes como Editorial Costa Rica, Editorial de